Escuchen, corran la bola…
Escuchen, corran la bola, hacen escándalo por una canción boba. No podía ser de otra manera, claro está. Son tiempos de espíritus sensibles.
El origen de la polémica ya lo conocen: un descuido del jugador de la selección Enzo Fernández en su red social, hizo público lo que era un festejo privado donde se dicen cosas que no se dicen en público. Lo hace la mayoría. Pero lo único que pide esta sociedad hipócrita es que no se haga público, algo difícil, especialmente para una generación que todavía no logra entender que una red social no pertenece al ámbito de lo privado, máxime si eres famoso. La canción en cuestión se había difundido durante el mundial 2022 e incluye toda la incorrección política posible porque discrimina al colectivo trans, es machista y, sobre todo, porque es profundamente racista. Esto es inobjetable y, desde ya, repudiable.
Ahora bien, uno comprende que el progresismo es el único que tiene el beneficio del contexto cada vez que necesita defenderse, pero obviar que se trata de una canción de cancha que tiene que ver con el folklore del fútbol y que se realiza con fines lúdicos, es desconocer demasiadas cosas. Se podrá objetar que en nombre del folklore se justifican mensajes y hechos aberrantes además de, en muchos casos, promover el inmovilismo. En todo de acuerdo. Pero tomar el mensaje del folklore del fútbol en un sentido literal es un gran error. Y aquí el argumento no puede ser aquel que denuncia una supuesta “naturalización”. No, no hay naturalización de un mensaje repudiable. Hay directamente un mensaje distinto, una connotación distinta, otras cosas en juego, otros valores, otro significado.
Los ejemplos brotan por doquier en las canchas argentinas, a saber: todas las hinchadas se agreden verbalmente y se amenazan con una terminología del peor machismo, aquella de “te vamos a matar” y, salvo horrorosas excepciones, eso no sucede. Es folklore. Casi nadie se toma eso en serio porque, justamente, no es en serio. Algún demente lo puede efectivizar, pero es un demente o un mafioso que lo hace por otras razones. Aun en una sociedad violenta como la que vivimos, la gente no se anda matando todos los días por un partido de fútbol.
En el mismo sentido puede plantearse lo de ese conjunto de canciones que siempre rematan con un “les vamos a romper el culo”. Porque cualquiera que va a un estadio observará que esos cánticos son repetidos por los gays, las mujeres y la gran mayoría de varones que van a la cancha y no son machistas. ¿Es porque lo han naturalizado? No, es porque en ese ámbito y en ese contexto, el sentido es otro y se juegan valores de pertenencia, rivalidad, etc.
Lo mismo sucede con toda la decadente apología de las drogas que hacen las hinchadas. Todas las canciones tienen alguna estrofa de andar cansino en el que la hinchada nos cuenta su apego “al vino y la droga” y esas canciones, con un mensaje verdaderamente de mierda, también es cantado por todos, incluso por esa mayoría de espectadores que está en el estadio y no consume ni drogas ni alcohol (como el caso de quien aquí escribe), como así también por aquellos que, si lo hacen, lo hacen de manera ocasional y con fines recreativos. ¿Repetir esa canción acríticamente genera las bases para promover futuras acciones? Por ejemplo, ¿al dejar que un chico repita esas canciones, estamos moldeando el drogadicto de mañana? La respuesta es no. No nos subestimemos. No somos todos tan tontos para creer en causalidades tan directas. Las cosas son complejas. El lenguaje no crea realidad tan fácilmente.
Por último, ¿hace falta hablar del contenido racista de las canciones, por ejemplo, contra Boca, con la referencia a “son todos putos de Bolivia y Paraguay”, cumpliendo así el poco envidiable mérito de ser racistas y homofóbicos en una única línea? Lo curioso es que incluso paraguayos, bolivianos y gays de otras hinchadas lo canten, como así también la inmensa mayoría de asistentes, los cuales no son ni racistas ni homofóbicos ni se convierten en tales por ocasionalmente cantarlo. ¿Es que son tontos y alienados que atentan contra su propia identidad? ¿O es gente que entiende que solo en ese marco y durante ese lapso de tiempo, el sentido de esas palabras es otro?
Los intentos por erradicar este tipo de mensajes en las canchas argentinas han sido, como mínimo, bastante selectivos: el juego se suspende cuando hay un canto racista o antisemita (por ejemplo, contra Atlanta) pero no se suspende cuando se habla de “putos” o cuando se hace apología de la violencia y las drogas. Misterios de una corrección política a medias o, quizás, un intento de seguir la línea europea y estadounidense donde la problemática racial tiene todavía una conflictividad que en la Argentina no existe, más allá de que, obviamente, podamos encontrar ejemplos de discriminación que no deberían ocurrir. Para muestra del nivel de estupidez, rigorismo absurdo pero, sobre todo, incomprensión de los contextos, justamente en aquellos progres que defienden el relativismo cultural, está el caso de Edinson Cavani, quien en 2021 fue multado y suspendido por 3 partidos en la liga Inglesa al escribir en su cuenta de Instagram “Gracias, negrito” tras un cumplido que le había hecho un compañero de equipo que era negro. ¿Alguien puede creer que Cavani se lo dijo despectivamente? ¿No se entiende que incluso si el compañero hubiese sido albino también le hubiera dicho “negrito” porque el sentido es el del cariño y no el de la discriminación?
Sin embargo, claro está, los tiempos de extrema sensibilidad son también los tiempos de la sobreactuación, como la que lleva adelante la FIFA y la Conmebol, instituciones que han desnaturalizado y destruido al fútbol, o el propio gobierno francés, cargando su culpa por un pasado colonial y en disputa interna abierta contra “la derecha”.
A propósito de Francia, cada sobreactuación de su gobierno me recuerda aquellas palabras de la actual primer ministro italiana, Georgia Meloni, cuando en una entrevista televisiva de apenas algunos años atrás, le responde, al gobierno francés que la corría por izquierda con la problemática migratoria, lo siguiente:
“Esto [mostrando un billete] se llama Franco CFA, es la divisa colonial que Francia imprime para catorce naciones africanas a las que aplica el señoreaje y en virtud de las cuales explota los recursos de estas naciones. Esto [mostrando una foto], es un niño que trabaja en una mina de oro de Burkina Faso. Burkina Faso es una de las naciones más pobres del mundo y Francia imprime moneda colonial para Burkina Faso que tiene oro. A cambio, ellos exigen el 50% de todo lo que Burkina Faso exporta, lo cual termina en los cofres del tesoro de Francia (…). Así que la solución no es tomar africanos y traerlos a Europa. La solución es liberar África de ciertos europeos que se dedican a explotarlos y permitirles a estas personas vivir de lo que es suyo”.
Asimismo, si nos restringimos puntualmente a la polémica con Enzo Fernández, fue otra mujer, también de derecha y católica, la que recogió el guante y suscribió lo que podría haber suscripto un dirigente peronista: “Argentina es un país soberano y libre. Nunca tuvimos colonias ni ciudadanos de segunda. Nunca le impusimos a nadie nuestra forma de vida. Pero tampoco vamos a tolerar que lo hagan con nosotros. Argentina se hizo con el sudor y el coraje de los indios, los europeos, los criollos y los negros como Remedios del Valle, el Sargento Cabral y Bernardo de Monteagudo. Ningún país colonialista nos va a amedrentar por una canción de cancha ni por decir las verdades que no se quieren admitir. Basta de simular indignación, hipócritas. Enzo yo te banco, Messi ¡gracias por todo! ¡Argentinos siempre con la frente alta! ¡Viva la Argentinidad!”
No fue Cristina Kirchner sino la vicepresidente, Victoria Villarruel, mostrando un perfil nacionalista y soberanista que no está presente en Milei y que aparece cada vez más a cuenta gotas en los sectores progresistas que insólitamente creen que hablar de nacionalismo es defender la dictadura militar. Fue, por cierto, una gran respuesta y una gran síntesis de cómo la Argentina ha sido un ejemplo de amalgama de identidades, culturas y valores donde el igualitarismo se ha destacado por encima de eventos puntuales de discriminación. Los amigos del Washington Post que en diciembre de 2022 hablaban de una Argentina racista porque no tenía negros en el primer equipo, no lo entenderían porque son más wokistas que estudiosos de la historia; tampoco el presidente que dice que los argentinos venimos de los barcos.
Que hay un aprovechamiento político en el mensaje de Villarruel, saliendo a defender a los jugadores de la selección en este momento, es cierto, del mismo modo que es real otra sobreactuación, en este caso, de la oficina del presidente, en ese comunicado por el cual se lo echa al subsecretario de deportes, Julio Garro, bajo el pretexto de que “ningún gobierno puede decirle qué comentar, qué pensar o qué hacer (…) [a un] ciudadano”. Es una declaración grandilocuente y falaz porque ningún derecho es absoluto, ni siquiera el de expresión, pero claramente está dirigido a la progresía que le ha entregado la bandera de la libertad a la derecha y anda con el dedito amonestador controlando quiénes cumplen cada uno de los preceptos de la moralidad neopuritana. Una reacción radical (por derecha) a un avance contra los derechos (en nombre de los derechos) igualmente radical (por izquierda).
Para finalizar, entonces, escuchen: cuando las universidades de todo el mundo vomitan egresados de humanidades y sociales que consideran que todos los problemas humanos pueden resolverse a través de una ingeniería social que modifique el lenguaje, una polémica que ha traspasado las fronteras argentinas aflora por no tener en cuenta la complejidad de los mensajes, su contexto y todos aquellos elementos que intervienen al momento de comprender su significado.
¿Ya escucharon? Ahora corran la bola.